martes, 9 de marzo de 2010

Aquí les agrego un par de artículos sobre los bonos educativos. El primero aparecido en la revista Educación 2001 reseña una experiencia ocurrida en Nueva Zelanda y el segundo una contribución de un ferviente partidario de la aplicación de los bonos en México:Santos Reyes MercadoPolítica educativa internacional

NUEVA ZELANDA: LOS EXCLUIDOS DEL MODELO NEOLIBERAL

La aplicación de los principios del mercado a la educación pública fue algo
Natural en Nueva Zelanda, país que estuvo a principios de los ochenta al borde
De la bancarrota. El gobierno laborista elegido en 1984 decidió reestructurar la economía sobre bases neoliberales. Al término del decenio, extendió
los esfuerzos de reforma a los sectores sociales, entre ellos la educación.



Edgard B. Fiske*
Helen F. Ladd**

*Ex responsable de las páginas de educación del New York Times.
**Profesora de Administración Pública y Economía de la Universidad
de Duke, Estados Unidos. Son coautores de una obra sobre las reformas
de la educación en Nueva Zelanda titulada: When Schools Compete: A Cautionary Tale (Brookings, 2000).

El país dotado del sistema de educación pública más liberal del mundo está tratando de rescatar las escuelas atrapadas en una espiral descendente.
En el papel, la idea de aplicar los principios y valores del sector privado a la educación primaria y secundaria resulta atractiva. Demos autonomía a las escuelas, suprimamos el sistema de matrícula por zonas geográficas y permitamos que los padres manden a sus hijos al establecimiento que elijan, a fin de que se instaure una sana competencia entre éstos para atraer alumnos. Gracias al “mercado” de la educación, los establecimientos mejorarán la enseñanza impartida, y los resultados obtenidos por los alumnos serán mucho más satisfactorios.
Esos fueron los criterios aplicados por Nueva Zelanda para dar un nuevo rumbo a su sistema de educación pública en los años noventa. Este proyecto ha sido el experimento más audaz de liberación de la educación jamás aplicado en un país desarrollado.
Los defectos de una educación autogestionada
¿Cuáles han sido sus resultados? La respuesta es ambigua. Fue una iniciativa positiva para algunos establecimientos y desastrosa para otros, muchos de los cuales recibieron un número desproporcionado de alumnos procedentes de medios desfavorecidos. Ahora las autoridades tratan de dar marcha atrás, por lo que esta experiencia puede servir a los que estén pensando en seguir ese mismo camino.
La aplicación de los principios del mercado a la educación pública fue algo natural en Nueva Zelanda, país que estuvo a principios de los ochenta al borde de la bancarrota. El gobierno laborista elegido en 1984 decidió reestructurar la economía sobre bases neoliberales. Al término del decenio, extendió los esfuerzos de reforma a los sectores sociales, entre ellos la educación.
En 1989, tras la creación del ministerio de Educación, el control de los establecimientos primarios y secundarios quedó en manos de consejos de supervisores elegidos por los padres de los alumnos y compuestos por progenitores voluntarios. De la noche a la mañana, uno de los sistemas de educación pública más estrictamente controlados del mundo se transformó en uno de los más descentralizados. Sin embargo, el Estado siguió financiando el sistema de educación, ocupándose de la contratación del personal docente y evaluando su trabajo por medio de un mecanismo de inspección.
Dos años más tarde, el nuevo gobierno, controlado por el partido conservador, avanzó aún más en el mismo sentido. El parlamento eliminó el sistema de matrícula por barrios y dio derecho a los padres a elegir la escuela a la que enviarían a sus hijos. Surgió así la competencia por los alumnos y una especie de mercado de la educación. La aptitud para las relaciones públicas y el dominio de las técnicas de marketing pasaron a ser tan importantes para los directores como el conocimiento de los programas y la capacidad de gestión.
Muchas escuelas prosperaron al amparo de las nuevas disposiciones, en especial las que acogían a alumnos de clase media y acomodada. Para estos centros, los padres constituían un capital humano que les permitía elegir consejos de supervisión con los conocimientos en gestión, administración financiera y derecho indispensables para la buena marcha del establecimiento. Y algunos directores aprovecharon esta autonomía para presentar programas de estudios innovadores.
La escuela primaria Gladstone, en Auckland, por ejemplo, empezó a impartir una enseñanza basada en la teoría de las “inteligencias múltiples”, formulada por el psicólogo de la Universidad de Harvard, Howard Gardner. “Nadie nos impone restricciones”, afirmaba Colin Dale, el director. “Hay que cubrir necesidades y obtener buenos resultados. Si se hace bien, la gente acude.”
Pero la autogestión tiene su precio. La carga de trabajo de directores y profesores aumentó considerablemente y, para muchas escuelas con una proporción importante de alumnos desfavorecidos era difícil constituir consejos de supervisión competentes.

Más libertad de elección, más desigualdad en las aulas
Los padres acogieron con entusiasmo la posibilidad de enviar a sus hijos a la escuela que quisieran. Numerosos estudiantes empezaron a aventurarse fuera de su zona escolar, entre ellos muchos maoríes y polinesios de familias modestas que aprovechaban esa oportunidad para escapar de las escuelas urbanas con bajo nivel.
Desde el punto e vista de los padres, querer que sus hijos ascendieran en la jerarquía de los centros escolares era comprensible, e incluso normal. Pero, en Nueva Zelanda los mayores juzgan la calidad de un establecimiento en función de la composición étnica y socieconómica del alumnado. Los colegios en que abundaban los descendientes de europeos eran considerados superiores a aquéllos en que predominaban los maoríes y polinesios. En el nuevo mercado de la educación, las escuelas con alumnos mayoritariamente blancos casi no se daban abasto, mientras que la matrícula de las demás disminuía, pues no podían atraer a los profesores mejor calificados ni a los alumnos más motivados. Además, el costo del transporte perjudicó a las minorías.
Aunque otros países instauren sistemas competitivos diferentes de los de Nueva Zelanda, lo más probable es que la libre elección de los padres acentúe las disparidades en todas partes. En todo medio en que impere la competencia, unos tendrán éxito y otros fracasarán. Es la ley del mercado. Ha habido casos en los que esta competencia ha sido fructífera. Pero los colegios no siempre están en igualdad de condiciones. Los gastos de transporte y los gastos escolares “optativos” (manuales escolares adicionales y actividades facultativas) dejan al margen a los alumnos con escasos recursos o pertenecientes a minorías. Estos son proporcionalmente más numerosos en la escuelas con un nivel bajo, así como los alumnos que han fracasado porque sus familias son muy pobres, no hablan bien el inglés, tienen dificultades para aprender o ya han sido expulsados por indisciplina.

El gobierno toma medidas de protección
Como afirman los neozelandeses, estas escuelas de perdedores entran en una espiral descendente. Una vez que se quedan atrás en el mercado de la educación, sus problemas se agravan. El descenso de los alumnos matriculados provoca una disminución del personal docente, que repercute en los programas restándoles variedad y, en definitiva, el número de estudiantes disminuye aún más. Los establecimientos son los que salen perdiendo, así como los alumnos y sus familias.
Desde mediados de los años noventa, presionado por la opinión pública, el ministerio de Educación empezó a ocuparse de esos colegios, ayudándoles en primer lugar en la gestión e interviniendo después de manera más directa. En 1998, altos funcionarios del ministerio reconocieron que la ley del mercado aplicada a la educación no funcionaría nunca para la cuarta parte de las escuelas, por lo menos.
¿Es defendible moralmente un sistema de educación pública cuyo buen funcionamiento depende de entrada del sacrificio de algunas escuelas? Si la competencia acarreara una mejora global del sistema, tal vez se justificaría la creación de perdedores, que terminarían por beneficiarse de todos modos del progreso general. También podría justificarse si el Ministerio de Educación, conciente de los riesgos del sistema de competencia, hubiese previsto algún mecanismo de protección. Ninguno de esos requisitos se cumplía en Nueva Zelanda.
El decenio de reformas neoliberales que ha vivido el país demuestra que no existen panaceas en materia de reforma escolar. Habrá que adoptar probablemente una estrategia que mantenga las ventajas de la autonomía y la competencia, pero cuyos inconvenientes puedan contrarrestarse con medidas de protección adecuadas.


Tomado de: Revista Educación 2001, México, # 140, enero de 2007, pp. 31-33.


El segundo trabajo:

Una solución al problema educativo en México

Santos Reyes Mercado
(UAM/Dr. En Ciencias Económicas
De La UACH/Director del Seminario
De Economía Austriaca)


En el sistema de vouchers rompió la administración centralizada del Estado y permitió la creación de un mercado competitivo en el campo de la educación. En efecto, la libertad del alumno para elegir escuela obligó a profesores y directivos a dar su mejor esfuerzo.
Cuando Milton Friedman publicó en 1955 su propuesta de vouchers casi nadie le hizo caso. Prensa, radio, gobiernos y sindicatos prefirieron ignorar su propuesta. Algunos economistas marcianos se refirieron a ella como una “propuesta frívola”.
Fue hasta 19912 cuando el gobernador de Wisconsin decidió aplicarla, a manera de prueba, en el pequeño condado de Milwaukee en las escuelas de educación elemental. Los resultados fueron positivos, sorprendentes y rápidos. Las escuelas cambiaron su apariencia, aquellos edificios viejos, descoloridos y con ventanas rotas de pronto vistieron de nuevos colores, desaparecieron los grafittis, las ventanas lucían como nuevas. Pero también se observaron cambios en la conducta de los profesores: empezaron a llegar temprano, preparaban sus clases, platicaban con los padres de familia… una transformación increíble.
¿A qué factores se debía tanto cambio si el Estado estaba gastando exactamente lo mismo, las escuelas tenían a los mismos directivos, los alumnos casi eran los mismos al igual que los profesores y los inmuebles?
El milagro del cambio se dio por una idea muy simple de Friedman (premio Nobel de Economía). La propuesta consistía en que el gobierno dejara de subsidiar a las escuelas, es decir, desaparecieran los cheques quincenales emitidos por el Estado para el pago de los profesores, directivos y trabajadores; ya no se destinarían presupuestos para el mantenimiento de edificios, ni compra de gises. Todo ese gasto programado desde las oficinas del Estado se eliminó de tal forma que las escuelas no recibían ni medio centavo de parte del gobierno. Pero esto es sólo la primera parte del proyecto.
La segunda parte consistía en la creación del sistema de vouchers. En realidad eran cheques que se entregaban directamente al alumno o padre de familia para que con ellos pagaran la colegiatura en la escuela que libremente eligieran para sus hijos. Estos vouchers no los podían recibir las tiendas o cantinas, ni se podían transferir a otros alumnos.
Vale la pena señalar los rasgos de este nuevo sistema de financiamiento a la educación.
1.- El Estado seguía subsidiando la educación pero los dineros ya no iban a la oferta (las escuelas), sino a la demanda (los alumnos). Cada mes el alumno va al banco para recoger su voucher y pagar la colegiatura.
2.- La educación seguía siendo gratuita pues a pesar de que los alumnos pagaban, ese dinero no salía del bolsillo del alumno ni del padre de famita, sino del subsidio que el gobierno daba directamente al alumno.
3.- El alumno o padre de familia era libre de elegir la escuela pública de su preferencia. Si no le gustaba los servicios del plantel, podía cambiar de escuela. Es un sistema de premio o castigo.
4.- Cada escuela ya no recibía dinero directo del gobierno sino de los estudiantes, mediante el pago de colegiaturas. Se trataba de un subsidio indirecto de tal suerte que la escuela debía sentir y saber que sus ingresos dependían de la cantidad de alumnos que pudiera conquistar y retener. Si tenía muchos alumnos, tenía mucho dinero. Los economistas austriacos le llaman “sistema de riesgo”, porque las escuelas públicas se comportan como si fueran empresas privadas que sufren el riesgo de quebrar si no dan buen servicio, pero también tienen la posibilidad de ganar sin límite si son capaces de satisfacer al cliente.
5.- El gobierno otorgaba total autonomía para que la escuela gastara los dineros como mejor considerara. Podía determinar sus sueldos, compras de nuevo equipo, construcción de nuevas aulas, equipamiento de talleres y otros.
6.- También tenían el derecho de contratar o despedir libremente a trabajadores y profesores, así como dictar sus propias políticas de seguros, salud, etc.
7.- La organización interna para la toma de decisiones quedaba bajo el criterio absoluto de los profesores. Podían organizarse como cooperativa, como sociedad anónima, con un dictador o como ellos decidieran libremente (sin intervención del gobierno).
Se pueden sintetizar estas observaciones diciendo que el sistema de vouchers rompió la administración centralizada del Estado y permitió la creación de un mercado competitivo en el campo de la educación. En efecto, la libertad del “cliente” para elegir escuela obligó a profesores y directivos a dar su mejor esfuerzo. El gobierno no les coaccionaba pero todos sabían que si no trabajaban bien, no tendrían “clientes” y por lo tanto, tampoco tendrían recursos para vivir.
Hasta la fecha, no se sabe que alguien se haya muerto por este nuevo sistema, al contrario, sus virtudes han sido tales que se generalizó a todo el estado de Wisconsin. Más aún, ya se aplica en otros estados de la Unión Americana y la promesa de campaña de George Bush fue que introduciría el sistema en todo Estados Unidos. En Suecia se aplicó al sistema universitario con excelentes resultados y ya se extiende a otros países de Europa y América.

Fuente: Revista Educación 2001, México, # 154, marzo de 2008, pp. 23-24.


El segundo:

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